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Un mundo sin mala educación es posible

Cuando hablo de mala educación no me refiero al filme de Pedro Almodóvar, sino a las actitudes que nos golpean la cara a diario y las personas que las esgrimen hasta con orgullo, plenamente convencidos de su “buena educación”.

Si a las cinco de la tarde llegamos a una consulta médica de urgencias, damos el saludo pertinente, el galeno nos mira sorprendido y confiesa que eres la primera persona en el día en decirle “buenas”, no me siento feliz, sino avergonzada por los cientos de personas que pasaron por allí, para ser aliviados, sin ser corteses.

Si salimos a trabajar y algunos individuos, que no tienen nada que hacer, se meten inescrupulosamente en nuestras cosas, me siento ofendida, enfadada y tengo la necesidad imperiosa de llamarles “mal educados”.

Recibimos instrucción desde el preescolar hasta la universidad, aprendemos a contar, leer, escribir, las posibilidades son infinitas para los que desean cultivarse, ¿y para aquellos que quieren ser educados no son mayores? Es más fácil decir “buenos días” que construir un edificio, más sencillo respetar al otro que cultivar la tierra, menos complejo dar un “gracias” que resolver una ecuación matemática.

Kart Kraus dijo que “educación es lo que la mayoría recibe, muchos transmiten y pocos tienen", prefiero ser optimista y apoyar a Nelson Mandela cuando defiende que “la educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo", y ¿quién no quiere un mundo mejor?¿es imposible?

 

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